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martes, 20 de abril de 2010

Por fin MOXOS, en la amazonía de Bolivia.




La silueta de la avioneta se podía ver desde la ventanilla, rodeada de ese océano verde de tarumá, pacay, bibosi, mara, cedro, tajibo y cuta. Las zonas encharcadas de eran tan grandes que los ríos desde el aire parecían lagos y la selva verde era una esponja atravesada por un camino amarillento que alternaba tramos rectos como flechas con otros que serpenteaban bordeando las lagunas más profundas o los meandros más pronunciados.
Sphera AntiQva enlatada en una avioneta Cesna se sumergía en el corazón de la región de Moxos. Las moto-taxis aguardaban a pie de pista, una pista verde de hierba húmeda.




El recorrido en moto por San Ignacio de Moxos desde la pista de aterrizaje hasta la escuela duró apenas 4 minutos. Las calles adoquinadas con ladrillos de barro cocido y sus soportales, la iglesia de San Ignacio, la escultura del machetero, los friales y los puestos de fruta con guineos y pomelos, el olor a pan recién horneado y también a vaca. Ahí estaba el edificio de la escuela, en estilo misional aunque de nueva construcción. El violín gigantesco de la entrada al auditorio relucía y ya olía a desayuno. O eso al menos me pareció a mí.


El día transcurrió pausado, al ritmo local. Comimos sopa de trigo y ají de tripa. Bebimos limonada de toronja bajo un porche de palmas secas. Tras la comida, Raquel Maldonado, directora de la Escuela de San Ignacio de Moxos, nos acompañó al Archivo Musical de Moxos, en un edificio aledaño a la iglesia. Las partituras que compendian el legado patrimonial de la músicas de las misiones de Moxos aparecieron frente a nosotros. También los violines de los taitas que donaron sus instrumentos al archivo. Estábamos siendo partícipes directos de la música que años atrás venimos trabajando. Se sucedieron preguntas y explicaciones, y salimos de allí sintiendo que formábamos parte de una cadena, de un proceso vivo. Nos interesó mucho el uso de los bajones de hoja de palma.

Ya por la tarde tuvimos el primer contacto total con los chicos y chicas de la orquesta de la escuela. La orquesta se acomodó, y los miembros de Sphera AntiQva nos sentamos frente a los chicos. Procedimos a las presentaciones y tras eso, las sonatas barrocas chiquitanas novena y décima comenzaron a sonar.




Una hora más tarde, tras organizar los horarios de clases y ensayos del día siguiente disfrutamos de una cena a la española, con tortilla y cerveza “Paceña”, en casa de Toño y Raquel, rodeados de toda suerte de zumbidos y sonidos de escarabajos, mosquitos y cucarachones, sapitos, ladridos lejanos y grillos cercanos, mientras el bebé de la casa, Pablito, dormía.

2 comentarios:

  1. La selva, la vida, toca el corazón y la sensibilidad de músicos excelsos como vosotros que crecéis con el calor verde de la gente de la amazonía.

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  2. Es emocionante leer ste relato y compartir y revivir contigo estas experiencias tan intensas.Sois afortunados de estar allí y nosotros de poder seguirlo a distancia a través de descripciones tan vívidas como estas. Tienen suerte también aquellos jóvenes músicos de tener maestros tan estusiastas y entregados como Sphera AntiQva.Desde aquí te recordamos mucho, Javier.

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